Algunos acontecimientos fundamentales de los años 60 tuvieron una incidencia mayor en la década siguiente. Entre ellos, el Concilio Vaticano II. Al concluir dicho Concilio expresaban los prelados “dejamos a la Iglesia y al mundo cristiano un espíritu nuevo, un humanismo nuevo, una nueva esperanza y una nueva visión, histórica y trascendente a la vez, del mundo en que vivimos”.
Un nuevo hecho dentro de la Iglesia, a escala mundial, que repercutió profundamente fue la encíclica Populorum Progressio del papa Paulo VI. Profundizando algunos conceptos del Concilio destacaba la urgencia de cambios. El punto 31 era muy claro al respecto y sería fuente de futuras controversias:
“Sin embargo ya se sabe, la insurrección revolucionaria- salvo en caso de tiranía evidente y prolongada, que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y damnificase peligrosamente el bien común del país- engendra nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevas ruinas. No se puede combatir un mal real al precio de un mal mayor” Populorum Progressio 1968, 201-202.
Por entonces, se difundió ampliamente la expresión de Paulo VI: “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz...”
La Populorum Progressio rápidamente circuló entre los obispos y sacerdotes de todos los países, influyendo especialmente en el Tercer Mundo.
La segunda conferencia General del Episcopado latinoamericano, reunida en Medellín en 1968, seguiría la misma línea del Concilio. El mensaje a los pueblos del continente expresaba el deseo de los obispos de ser signo de compromiso.
Se refería a la violencia, “la violencia del hambre, del desamparo, y del subdesarrollo. ..”
En su Reflexión doctrinal, luego de describir la situación de América Latina, expresaban los obispos (14.): “La realidad descrita constituye una negación de la paz, tal como la entiende la tradición cristiana. Tres notas caracterizan la concepción cristiana de la paz.
a)la paz es, ante todo, obra de justicia. Supone y exige la instauración de un orden justo...
b)la paz no se encuentra, se construye... para ello, el Pueblo de dios en América Latina, siguiendo el ejemplo de Cristo deberá hacer frente con audacia y valentía al egoísmo, a la injusticia personal y colectiva.
c)La paz, es , finalmente, fruto del amor, expresión de una real fraternidad entre los hombres... El amor es el alma de la justicia. El cristiano que trabaja por la justicia social debe cultivar siempre la paz y el amor en su corazón. .... allí donde se encuentran injustas desigualdades sociales, políticas, económicas y culturales, hay un rechazo del don de la paz del señor; más aún, un rechazo del Señor mismo.
En Argentina, algunos Obispos estaban en esta misma línea. El 15 de agosto de 1967 habían hecho conocer uno de los documentos más importantes redactado por autoridades eclesiásticas argentinas, y conocido como Mensaje de 18 obispos del Tercer Mundo. En él se encontraban referencias al colonialismo, al imperialismo del dinero, y una clara definición a favor de los pueblos pobres y los pobres de los pueblos...
Sacerdotes de diversas provincias decidieron, entonces, difundir el Mensaje de los 18 obispos... al poco tiempo, más de 320 sacerdotes se identificaban con el Mensaje. La crítica de muchos sacerdotes se iban hilvanando y dejaban de ser meras actitudes personales aisladas. Comenzaban a ser conocidos como los Sacerdotes del Tercer Mundo.
Los días 1 y 2 de mayo de 1968 se realizó un encuentro nacional en Córdoba, donde participaron 21 sacerdotes. El objetivo central era estructurar un movimiento, darse a conocer y afirmar el compromiso junto a los oprimidos.
Redactaron un documento que enviaron a la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM) en Medellín, antes mencionada.
Preocupaba, a los sacerdotes del movimiento del Tercer mundo, la distancia que podía existir entre el pueblo y la Iglesia en el sufrimiento cotidiano. Un profundo valor moral los acercaba a los oprimidos y los alejaba de aquellos obispos que, desde sus confortables sillones, predicaban en el vacío.
Por otra parte, a fines de los años sesenta, la Iglesia Argentina presentaba una gran división. Las relaciones estrechas entre el gobierno y la Jerarquía eran abiertas y públicas, lo que provocó críticas muy duras por parte de los obispos reconocidos como Devoto y Podestá, que buscaban distanciarse del embanderamiento de la Iglesia con el gobierno de Onganía.
El concilio había definido que los clérigos debían convertirse en “ colaboradores y consejeros necesarios en el oficio de enseñar, santificar y apacentar el Pueblo de Dios”.
Rafaela tuvo un Obispo del Tercer Mundo
Monseñor Brasca luego de ser ordenado sacerdote en 1943, fue párroco de Barrancas, María Juana, y de la Capilla de Fátima (Rafaela).
El domingo 16 de marzo de 1969 era ordenado Obispo en la Catedral “San Rafael”, siendo el consagrante principal Monseñor Zazpe, secundado por Mons. Di Stéfano y Mons. Marozzi, en aquel entonces obispos de Saenz Peña y Resistencia, respectivamente.
Cuando llegó a Rafaela era prácticamente un extraño y el único conocimiento que se tenía de él era por las funciones de Vicario en la diócesis en ausencia de su titular. Pero al poco tiempo muchos advirtieron el peso de su personalidad, de humilde siervo de Dios, inteligente, de sacerdote virtuoso, buen orador y sobre todo, muy humilde.
El lema episcopal del segundo Obispo de Rafaela resume muy elocuentemente el rasgo quizá más característico de lo que fue su personalidad y su acción pastoral: su preferencia por los humildes, los pobres, enfermos y olvidados. Reza su escudo episcopal:
“...... y exaltó a los humildes”.
En enero de 1970, la revista Panorama destaca su figura en un artículo “Iglesia. Para que pocos dejen de tener mucho”. En el mismo expresa “ La diócesis rafaelina se extiende por tres departamentos de la provincia de Santa Fe... de los que Monseñor Brasca, hace un análisis crítico de acentuado tono social”. El documento los define ( a Castellanos, San Cristóbal y 9 de Julio) como departamentos “ fundamentalmente materializados a través de sus estructuras, con los mismos vicios que son del país y de América Latina”.
Continúa la publicación: “Brasca y sus presbíteros describen síntomas de enfermedad social: éxodo del campesinado por deficiencias o carencia de trabajos, emigración de los habitantes de barriadas hacia las grandes urbes; existencia de empresas y organizaciones que por razones de competencia no sólo han perdido el sentido de la promoción del hombre sino que lo utilizan como instrumento para acrecentar el capital; sistemas cooperativos que han desvirtuado la esencia del cooperativismo. Y por último “notable proliferación de la usura”.
Continúa la nota... “los firmantes..... sostienen que las directivas impartidas por el Concilio Vaticano II, la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín y las reuniones de los obispos argentinos en San Miguel, incitan a toda la Iglesia- religiosos y laicos- a asumir un claro compromiso en lo social.”
Citan luego la expresión “a tomar conciencia de su actitud de servicio y a luchar por la liberación total del hombre”.
En algunas de sus cartas pastorales encontramos expresiones coincidentes con lo expresado más arriba:
Así, en su Carta Pastoral en la Navidad de 1972 expresaba: “No es extraño que naciera en un pesebre, que se diera a conocer a los humildes pastores, no porque esa condición humana fuera deseable, sino porque allí se revelaría con nitidez la fuerza de la misericordia, del amor Divino.
Que Cristo sea Pacificador, no significa que va a reconciliar lo que es irreconciliable. El mal y el bien son irreconciliables. ...Después de Cristo no podemos pensar ya en una sociedad injusta, inhumana, donde todo se valore o se mida por el dinero, por el tener, por el poder, sino por el amor. El amor que no admite, si es auténtico, desigualdades que provocan los males que conocemos y que todo hombre recto de corazón denuncia, y por los cuales se producen distorsiones inaceptables...”
O, como expresa en la Carta Pastoral de diciembre de 1973, refiriéndose al Año Santo (1974): ...”Se podría enumerar una larga lista de males: no deben continuar más:
- los salarios insuficientes
- la explotación de mano de obra barata, por hambre o desocupación
- obreros que no figuran en planilla
- trabajo no amparado por estabilidad
- la evasión impositiva, la especulación
- el silencio cómplice de quienes debieran hablar o intervenir y no lo hacen
- el acaparamiento de tierras que no se hacen producir y de los artículos que son el “pan del pueblo”
- la persecución ideológica, las torturas y todo tipo de represión no justificada
- la prostitución y su explotación solapada o descarada
- la pornografía
- la disimulada discriminación racial, que margina a un gran sector de nuestra población criolla”
Monseñor Brasca toma posición frente a los conflictos sociales, frente a las detenciones de militantes políticos. En ocasiones sus expresiones son difundidas en diarios capitalinos o rosarinos.
Los testimonios de algunos colaboradores expresan: “Monseñor Brasca era un hombre muy sencillo, muy simple.
Él siguió siendo el hombre bueno que transmitía una imagen humilde.
Primero de todo fue hombre... y transmitió el Evangelio tan natural... en toda su forma de vivir...
Con él, el pobre se sentía bien...
Llegó a Obispo sin haberlo soñado nunca...
Monseñor Brasca fue haciéndose en el camino... vio el despertar de América Latina... Apoyaba los caminos de búsqueda que se estaban dando en el país.....”
Por último, encontramos el recuerdo de quienes expresan:
“... hemos aprendido a enterrar nuestros amores más profundos... Pero ese amor lo conservan como un tesoro muchos humildes y sencillos; hombres y mujeres de Barrancas, María Juana y Fátima, donde fue párroco; cristianos del norte, sur y centro de la Diócesis que gozaron ampliamente de su presencia, su solidaridad y su gesto profético de Obispo-amigo”....
Monseñor Brasca murió, luego de una larga dolencia, el 26 de junio de 1976.
Descansa en la Catedral. El adiós de sus feligreses expresa:
“Descansa pastor bueno, que hiciste tuyas las esperanzas de los pobres”.
Reflexiones sobre el enfrentamiento dentro de la Iglesia:
“Lo que comenzó como un enfrentamiento de algunos sacerdotes, derivó en un conflicto generalizado dentro de la Iglesia. La confrontación abarcó dos aspectos esenciales: la reflexión teológica y la práctica cotidiana. El acercamiento a los sectores populares por parte de sacerdotes y laicos implicaba necesariamente un conflicto con aquellos que no lo realizaban. Además, especialmente importante es de destacar el apoyo implícito y explícito que la jerarquía eclesiástica había dado a las dictaduras de Onganía y Lanusse.
La Argentina estaba dividiéndose en dos campos enfrentados política, social e incluso militarmente. Este corte también se produjo dentro de la iglesia.....”
“...Pero la sociedad argentina en 1972-73 está altamente politizada, y la violencia armada forma parte de estos proyectos totalmente antagónicos. Los sectores que logran hegemonizar al peronismo le imprimen un rumbo diferente de aquel que los sacerdotes habían considerado como revolucionario. La retórica que los había seducido va quedando atrás, y se perfila un proyecto basado en sectores de la burguesía y apoyados por un aparato estatal que incluía las blandas parapoliciales comandadas desde el mismo Ministerio de Bienestar Social por José López Rega.
Los sacerdotes no podían quedar al margen de esta nueva realidad. Por un lado, una concepción que privilegiaba la definición socialista del compromiso sin quedar atados al peronismo y a Perón, por el otro, una continuidad verticalista junto al peronismo, aun sufriendo en carne propia las consecuencias. El trabajo dentro de la Iglesia se les hace cada vez más difícil, los choques alcanzan ribetes violentos y algunos sacerdotes se ven obligados a abandonar sus parroquias por las presiones de la jerarquía. El 11 de mayo de 1974, al salir de la parroquia San Francisco Solano, es asesinado el padre Mugica. Otros sacerdotes son arrestados, perseguidos y muchos deben ocultarse o finalmente optar por el exilio. El golpe de estado de 1976 fue un jalón más en este proceso de descomposición....”