20081207
Bar del Infierno
El cafetín es un laberinto. Nuestro destino es extraviarnos en sus encrucijadas. Pero algunos presienten una verdad aún más terrible: no se puede salir del bar, no por la falta de puertas ni por la disposición caprichosa de sus instalaciones, sino porque no hay otra cosa que el bar. El afuera no existe.
El hombre a quien llaman el Narrador de Historias está obligado a contar un cuento cada noche, cuando el reloj da las doce. Nadie le presta atención. Anda siempre con unos libros grasientos. En ellos hay -según se dice- infinitos relatos.
Amores imposibles de la provincia de Buenos Aires, ciudades lejanas gobernadas por jaurías, santos levitadores, mendigos impiadosos y seres insaciables que se devoran a sí mismos integran el curioso repertorio.
Pero el Narrador es también personaje de otra historia que lo muestra involucrado en una conspiración para salir del bar, del tiempo o del lenguaje. Otros sujetos vendrán -a su turno- a duplicar o triplicar los relatos: el coro, que traduce cada suceso a una obtusa lengua poética, y los loros heréticos, cuya misión es tergiversar.
Un lector melancólico podría hallar en estos textos unas ponencias intimidatorias:
- No tenemos tiempo de ser nadie. Todos los destinos son el mismo.
- Expresados en fórmulas, los episodios más dramáticos de nuestra vida son irremediablemente banales.
- No importa lo que hagamos. Se llega al infierno por casualidad.
- Toda comunicación es imposible. Nadie ha conocido a nadie.
Pero si uno alcanza a leer con la luz adecuada, el libro dice que para salir del infierno hay que amar más allá de las meras preferencias filisteas.
O acaso lo que dice es que la única esperanza es cantar bien.
(Alejandro Dolina)
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